He escuchado que mudarse es el trance más similar a una ruptura. Sea como fuere, ambos actos tienen mucho eco en el sentimiento, pero también con ellos dejamos parte de nosotros atrás. El ego, siempre presente, debe quedar a un lado para que nosotros podamos avanzar. Mudarse, cambiar de ciudad o de pareja es una valiosa lección sobre el apego, que nos invita a no vivir aferrados a un mundo material que se desvanecerá tarde o temprano.
En ocasiones pienso que esta sociedad se ha tomado la teoría del desapego al pie de la letra, tomando la parte racional del asunto, sin tener en cuenta otras consideraciones. Es por ello que proliferan los “no lugares”, los espacios vacíos, carentes de algo que siempre debemos conservar: el ALMA. No hay carácter en ellos, pretenden simplemente agradar, servir a una función de la manera más eficiente posible. No contienen nada accesorio, ningún elemento es especialmente bello ni tampoco lo bastante desagradable como para evitar que los habitemos.
Sin embargo, en habitar el espacio es precisamente donde se encuentra la gran paradoja. Vivir es sinónimo de caos, desorden y por supuesto carácter. Una manera de ser determinada siempre deja rastro, y es inevitable que acabemos transformando los lugares que transitamos con frecuencia, aquellos en los que podemos llegar a pasar horas, y en que en última instancia, serán fuente de inspiración. En definitiva, todo ello, conformará un hogar.
Pero, por desgracia en los últimos años predomina un minimalismo que no es tal, precisamente por estar lleno de vacuidad. Los tonos beige, ausencia de esencia, y clima impoluto dibujan una serie de espacios absolutamente neutros, despojados por tanto, de alma. Es ahí, en esa neutralidad perenne donde se mueve gran parte de la población, que lejos de imprimir carácter, busca el agrado, el cumplimiento de la norma y la rectitud por encima de todo. El minimalismo, no es nada sin el exceso, y viceversa. Se trata de un baile de contrarios. Solo aquellos capaz de apreciarlo podrán hacer de estas contradicciones un modo de vida genuino.
Por eso, a medida que cumplo años me posiciono contra este minimalismo de usar y tirar, porque la mala praxis implica un vacío. Despojarnos de lo accesorio, no lleva a la eliminación radical, de la misma manera que caminar ligeros no nos debería conducir a la escasez. Por supuesto, el exceso tampoco es sinónimo de abundancia. Somos matiz, contradicción y miles de engranajes conformando un ser único. De esta manera, no deberíamos reducirlo todo a un espacio vacuo. La vida, nos regala su impronta. ¿Por qué, entonces, desaprovechar las cicatrices?
Te escribo el lunes, my dearest,
A.