Si algún día me pierdo búscame en Mazunte, costa de Oaxaca…
En muchas ocasiones, las letras evocadoras, devuelven el brillo a nuestra vida al recordar que más allá de estos muros, hay toda una realidad que se nos revela como propia. Un universo que se expande, solo bajo las reglas de uno mismo, donde todo es posible y del que somos dueños. Volvemos al origen y las causas de todo. Encontramos, en definitiva, sentido.
De la misma manera que cantaba Leiva acerca de los prodigios de México, los objetos de afecto —objects of affection en su versión anglosajona—, conservan intacta la magia de ser uno mismo. Por ello, ante una sociedad que vive sumida en la producción de bienes idénticos y de poco valor, recuperar lo genuino, lo que de verdad habla de nosotros, resulta un acto clave, casi de relevancia política.
Primero fueron los vinilos, luego las bombillas cálidas, el vintage o las cestas de mimbre. Todo ello anticipaba no solo una tendencia de gran relevancia y valor social, sino una corriente que cada vez cobra más fuerza. Casi un pensamiento colectivo. Y es que no, la mayoría ya no quiere vivir como dictan los idearios futuristas. La tecnología, aunque importante, ya no lo es todo. En los últimos tiempos la dictadura de la ciencia, del dato y las consideraciones matemáticas ha matado la autenticidad, por lo que era lógico que antes o después, apareciera una rebelión estética.
Así, estos pequeños enseres, a veces casi como testigos impasibles de un tiempo que quizás fue mejor, nos acompañan, y lo más importante, cuentan nuestra verdad. Hablan de esas pequeñas peculiaridades que conforman una personalidad humana, incluso mejor que lo que podemos reflejar con nuestra manera de vestir. Además, son mutables, y su función y apariencia cambian con el tiempo. ¿Qué mejor recordatorio de la fugacidad de la vida? El cambio, constante y siempre presente se materializa en cada pequeña muesca, mota de polvo y cambio de color. El tiempo, deja sus huellas, a veces embelleciendo el pasado, con delicadas filigranas que se entrelazan día tras día.
Son también un testigo, dan testimonio de nuestro paso por el mundo, y por último (pero no menos importante, claro está) ocupan espacio. Sí, algo que podría parecer tan banal, pero que ante una realidad líquida, se convierte en signo de inconformismo. Ante la ausencia total de objetos, ante la ley de lo digital, ante el minimalismo, toda una generación dice basta. Porque no cederemos más lugares propios, no nos plegaremos ante la fabricación en serie, los clones y sus derivados. Nos mueve algo más: los valores, y por supuesto, la autenticidad.
Eso es lo que nos recuerdan estos objects of affection, y de ahí que nos afanemos por ser los autores de nuestra verdad.
Es momento de atreverse a destacar desde lo auténtico, desde aquellos que solo uno mismo puede elegir.
Te escribo el lunes, my dearest,
A.